La Vida Es un Campo de Batalla: Cómo Encontrar el Equilibrio Entre el Éxito y tu Presencia
- Valquir Correa
- 19 nov 2024
- 4 Min. de lectura
La vida es un campo de batalla donde muchos luchamos por el futuro de nuestros seres queridos.

La vida es un campo de batalla donde muchos luchamos por el futuro de nuestros seres queridos. Nos exige toda nuestra fortaleza mental y emocional, dejando a menudo poco espacio para respirar. Las historias de éxito nacen de las adversidades: fracaso tras fracaso, dedicación implacable, noches en vela y situaciones estresantes que ponen a prueba cada fibra de nuestro ser. Se construyen con sueños, determinación y una disposición para resistir.
Pero en medio de esta búsqueda, surge una pregunta apremiante: ¿cuándo que todo ese esfuerzo ya es demasiado?
Esa pregunta me impactó hace unos meses, durante una conversación con mi hija. Ella llegó a casa después de la escuela, recordando una presentación de un orador en su colegio. Esta persona habló sobre trabajo duro y enfoque, pero hubo una frase que se quedó con ella y que sacudió mi mundo por completo:
“Cuando el estudiante está listo, un maestro aparece.”
Esa simple pero profunda declaración desató en mí una tormenta de emociones y reflexiones. Al revisitar momentos clave de mi vida, me di cuenta de algo extraordinario: cada vez que llegaba a una encrucijada, alguien estaba allí guiando mis acciones. Estos "maestros" no siempre eran profesores en el sentido tradicional. A veces eran amigos, familiares o incluso desconocidos.
Pero todos compartían algo en común: estaban tocados por Dios.
No creo que estas personas aparecieran por casualidad. Cada una llegó con un tiempo perfecto, trayendo sabiduría, orientación o consuelo justo cuando más lo necesitaba. Fueron intervenciones divinas enviadas para ayudarme a avanzar.
Uno de los “maestros” más impactantes en mi vida apareció durante mi primer gran puesto financiero en un hotel en México. Mi mentor de entonces era un colega mayor, un hombre que se entregaba por completo a su trabajo. Compartía historias de su dedicación, sus triunfos y los sacrificios que hizo por su carrera. Yo escuchaba, inspirado por su pasión.
Pero entonces su tono cambió. Hizo una pausa, y las lágrimas llenaron sus ojos. Me habló de un momento que cambió su vida.
Durante una barbacoa familiar, estaba jugando con sus nietos—riendo, corriendo y avientándolos en el aire. Su hija, al observar la escena, se le acercó y le dijo: “Papá, ¿por qué no fuiste así con nosotros?”
Sus palabras lo golpearon como un rayo. Recuerdos de hitos perdidos, cumpleaños olvidados y momentos no vividos inundaron su mente. Se dio cuenta de que su búsqueda incansable de éxito le había costado los momentos más preciosos de la vida de sus hijos.
Mientras compartía esta historia, vi su dolor. Y en ese momento, lo sentí también.
Fue como si sostuviera un espejo frente a mi vida. Cada vez que me perdí una presentación escolar, una reunión de padres o una fiesta de cumpleaños en nombre de "construir un futuro" se reprodujo en mi mente.
En ese instante, tomé una decisión.
Prometí que nunca más permitiría que mi búsqueda de éxito se antepusiera a mi familia. Seguiría trabajando duro y dedicado a asegurar nuestro futuro, pero también estaría presente para mis seres queridos, plenamente involucrado en los momentos que más importaban.
Y así comencé a estar presente.
La primera vez que asistí a una reunión escolar de mi hijo, noté algo impactante: yo era el único padre allí. No "uno de pocos", sino el único. La sala estaba llena de madres. Sus miradas mostraban curiosidad, tal vez incluso confusión.
Pero no me importó.
Seguí asistiendo. Reunión tras reunión, evento tras evento, estuve allí. Con el tiempo, comencé a notar un cambio. Lentamente, otros padres comenzaron a aparecer. En menos de seis meses, la sala se volvió más diversa, con padres y madres presentes en medidas similares.
Un día, un padre se me acercó.
“Es tu culpa, ¿sabes?” dijo con una sonrisa. “Por ti, ahora tengo que venir a estas reuniones.”
Me detuve y le dije: “Mira a los ojos de tu hijo.”
Él se giró, encontrando la mirada de su hijo. En el momento en que sus ojos se encontraron, el rostro de su hijo se iluminó con una sonrisa tan brillante que podría derretir piedra. Los propios ojos del padre se llenaron de lágrimas.
En ese silencio, entendió.
A veces, las palabras no son necesarias. Estar presente habla más fuerte que cualquier cosa que podamos decir.
Esta experiencia me enseñó que el equilibrio entre la vida y el trabajo no se trata de elegir entre el éxito y la familia. Se trata de encontrar una manera de honrar ambos. Es tomar decisiones deliberadas para no mirar atrás algún día, lleno de arrepentimiento por los momentos que perdiste.
No comparto esta historia para resolver tus problemas ni decirte qué hacer. En cambio, espero que te haga pausar y reflexionar. Pregúntate: ¿Qué es lo que realmente importa? ¿Cómo puedes encontrar equilibrio en tu vida?
El éxito, construido sobre la base de la ausencia y el arrepentimiento, es hueco. Pero una vida donde estás presente—para tus sueños y tus seres queridos—es una vida de verdadera plenitud.
Cuando te esfuerzas por encontrar equilibrio, no solo fortaleces a tu familia, sino que inspiras a otros a hacer lo mismo. Construyes un legado de presencia, amor y resiliencia—un legado que Dios mismo sonreiría al ver.
Así que sigue luchando por tu futuro. Supera las adversidades. Pero no olvides detenerte, mirar a tu alrededor y estar presente en la vida de quienes más importan. Porque el imperio que construyes es tan fuerte como el amor que lo sostiene.
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